Esta segunda edición de Complemento está plagada de testimonios que tienen puntos de encuentro y de diferencia, por momentos breves pero lo suficientemente ilustrativos sobre la diversidad dentro de la/s masculinidad/es trans: una diversidad inabarcable y por demás invisibilizada/distorsionada/reducida.
La nota de tapa escrita por Alan Otto Prieto, como así todos los otros artículos excluyendo las entrevistas, podrían ser codificadas como aperitivos, algo para abrir el estómago (o la mente), estimular el hambre, y que tras leer la edición completa, no resulte suficiente. Porque se necesita más que esto, se necesita más que leer para que nuestra visión entre en conflicto con otras realidades que a su vez son las propias. Pero leer es un gran comienzo.
Les invitamos a recorrer el resto de la revista virtual con calma, la idea de que sea mensual es para que pueda ser procesada porque buscamos un lector activo, reflexivo, y por ello, dos aperitivos en esta nota editorial: una imágen de Blas, y fragmentos de la primera entrada del blog de Bruno Sebastián Rainer.
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"Lo que nos define, lo que nos hace únicos. Sin embargo, no conozco a nadie que tenga una sola. Identidades mutantes, mutiladas, mudas. Todos dejamos atrás nuestra vieja piel una y otra vez.
Soy transición. De mujer a hombre, de pibe a adulto, de melancólico irremediable a algo así como una promesa de cielos furiosamente azules. Cosas no necesariamente relacionadas. O sí.
Tengo 31, 16, 9 años. Todojunto.
Soy un sobreviviente. Una luz paradójica. Pero la oscuridad me ama y suele ser mutuo.
Soy la mejor versión de mí mismo cuando todo se desmorona a mi alrededor. Debe ser esta maldita vocación de héroe, este destino de antihéroe, estos miedos de villano. Este eterno signo de interrogación.
Demasiado complejo, demasiado intelectual, demasiado analizado para poder seguir la corriente,
camuflarme en una pseudo-normalidad adormecida. Demasiado rebelde, demasiado incómodo, demasiado iluso para poder pertenecer alguna vez a algún lugar. Demasiado solo, pero no. No realmente.
Crecí en los 80s, en una Argentina que daba sus primeros pasos en una democracia ilusionada pero titubeante, sin lograr desprenderse totalmente del pánico uniformado. Con María Elena Walsh y las Tortugas Ninja, jugando a V: Invasión Extraterrestre y teniendo pesadillas con It y Poltergeist.
Fue también una infancia de Playmobils y bicicletas, de cowboys y cuentos. Una infancia varonera y con sed de aventuras, en la que todavía no importaban los géneros: los nombres cambiaban de juego en juego.
Pasaba la mayor parte de mi tiempo entre adultos, que se encandilaban con mis conocimientos inusuales. Probablemente por eso podían pasar por alto que lloraba todos los viernes en el colegio, que jamás toqué una Barbie, que favorecía juegos crueles, que le tenía miedo a cada sombra. Pudieron desentenderse perfectamente de la fragilidad de mi equilibrio.
Después, una adolescencia rebelde y confusa. La aparición de un "deber ser" y de un cuerpo que no me representaban en absoluto. Y en medio del caos, una luz furiosa: conocer a la mujer que cambió todas las líneas de mi destino.
Me enamoré a los doce años, siete meses y quince días, aproximadamente. Hace más de dieciocho que la amo. Con distintos nombres, distintos géneros, distintas circunstancias. Con la certeza inalienable del parasiempre, dure lo que dure.
Poco después de cumplir los veinte supe que había palabras para describir el grito en mi interior, ese sentir mi propia piel ajena. Había muchas palabras y no todas eran buenas. Y yo, que siempre me llevé bien con las palabras, no sabía qué hacer con ellas.
Al principio fue un oasis secreto. Pocas personas sabían quién era realmente, los demás veían una especie de borrón. Podía ser libre solo entre cuatro paredes, pero salía al mundo y me hundía ante el peso de lo que el mundo esperaba que fuera.
Diez años más fueron necesarios. Tantas cosas pasan en diez años. Se deja de ser niñx para empezar a ser hombre. Y en el medio se dejan jirones de dolor y borrascas que parecían eternas.
Hace casi un año empecé una hormonización con testosterona, para reconocerme un poco más ante el espejo. Una metamorfosis continua y ardua. Cambió mi voz, mi cara, mi documento, mi estado civil, mi forma de pensar, mi capacidad de concentración, mi cuerpo, mi carácter, mi resistencia, mis sueños, mi sexo, mis ganas, mis miedos.
No es fácil el camino, y es mucho más largo de lo que creemos. Todavía estoy luchando por romper el capullo y ser aquel que imaginé a los dos años, cuando le dije a mi padre que iba a romper el cielo y volar, sin importar lo que dijeran las estrellas."
El escrito completo de Bruno puede leerse en http://identidadrompecabezas.blogspot.com.ar/
Agradecimiento especial a Blas por la imagen.