> Por Alan Otto Prieto
“Es muy difícil para mí verte como un
chico. Está todo bien, pero como te conocí antes me cuesta.”
“Tenés que hacer tu propio grupo,
nosotras ya no nos sentimos tan cómodas con vos en el grupo, no es lo mismo si
hay un chico trans.”
Soy simplemente una persona trans, ni
hombre ni mujer, en todo caso una mezcla de eso que conocemos, porque en
realidad si me fijo en las definiciones de qué es ser mujer y qué es ser hombre
en la cultura que vivo, no me interesa cuadrar en ninguna de las dos.
Antes que nada me gustaría expresar que no
siento necesario el tratamiento hormonal para considerarme más trans, como tampoco
sometería mi cuerpo a operaciones que lo adapten a eso que la sociedad está
acostumbrada a ver, aunque sí tomo un instrumento que modifica un poco la
apariencia para tratar de estar mas cómodx, que a diario me genera
contradicciones profundas y que las discuto conmigo mismx.
Me levanto y a la
hora de salir a trabajar me pongo una faja para que mis tetas no sean tan
fácilmente reconocidas. La verdad es que mi cuerpo no pasa desapercibido por
una simple faja en mi torax, pero la utilizo como un mecanismo de alivio para
que no me juzguen tanto las miradas de mis propios compañerxs, porque con las
personas trans está todo más que bien, pero al llamarme Alan y ver mis tetas a
muchos se les complica el lenguaje. Tal vez suene hasta un poco duro lo que
escribo, pero sé que la faja no es aquello que yo quiero ser. Si pudiera elegir
entre ser Alan fajado y ser Alan sin fajarme, elegiría claramente la segunda
opción, pero no resisto con mi cuerpo todos los días las miradas acusadoras del
deber ser tan impuesto, incluso por el propio colectivo LGBT. Más allá de mis
compañerxs de trabajo está la mirada social que no titubea en hacerme ver y
sentir a diario que el extraño es uno, y que me resulta muchas veces
insoportable de aguantar.
Cuando hablo sobre lo que soy y esta
definición de transición que vivo a diario, me pregunto si habrá posibilidad en
mi futuro de llamarme Alan, tener tetas, que me gusten las personas, tener un
hijx biológico e ir a la playa con bermuda y el torso desnudo. Cuando pienso
eso y caigo en mi realidad, concluyo que mi masculinidad es todavía una utopía
en la sociedad que vivo.
Para mí la propia masculinidad es
justamente refutar aquello impuesto como masculino y partir de nuevas formas de
ser, vivir y sentir. ¿Qué hay de propio en no tener tetas, ser un papá con una
chica heterosexual y femenina, ponerme un arnés y sentir que penetro a alguien
con algo muy parecido a un pene? Creo que mi masculinidad me pasa por sentir
que todas las cosas que deberían gustarme por ser trans masculino no me
suceden: me encanta sentir placer con mi cuerpo y no estoy dispuestx a
intervenirlo para que otrx se sienta mas cómodx, no estoy dispuestx a aplicarme
inyecciones de testosterona para tener barba, no estoy dispuestx a coger con un
rol “masculino”, no estoy dispuestx a que alguien proyecte en mí un cuerpo que
no tengo y que no me interesa construir a base de convenciones sociales, no
estoy dispuestx a pensar que no tengo ya más cosas en común con una torta, no
estoy dispuestx a ser una persona masculina como la mayoría dispone aceptar.
Creo que somos muchxs lxs que no sentimos
nuestra masculinidad desde aquellos dispositivos, y el punto es encontrar el
equilibrio – tan difícil de ver a diario– entre lo que somos y lo que nos imponen.
Hace bastante tiempo, cuando fui a un
encuentro de familias diversas en Chile, me pasó que la mayoría de la gente que
participaba creía que yo era un hombre trans, cuando yo aún no había adoptado
el nombre Alan. Me quedé pensando si no lo era y si lo que me pasaba era una discriminación
internalizada de no aceptarme. Cuando volví lo hablé con la chica que en ese
momento era mi novia (una torta) y le conté, lloré un poco porque el tema no
estaba muy claro para mí y tenía miedo de estar mintiéndome, y le pregunté: “¿si
yo fuera un chico trans vos seguirías conmigo?” La respuesta fue que no, que a
ella le gustaban las mujeres y que no podría mantener una relación conmigo.
Lo cuento porque creo que el lugar que le
damos muchas veces a la identidad de una persona es más importante que el amor
que podemos sentir por alguien, por las cosas que compartimos a diario, el sexo
y hasta inclusive un proyecto en común.